Periodistas hacia el abismo

Ejercer el periodismo no es reproducir lo que suceda o comunique un individuo, una institución pública o privada, una empresa, un sindicato o un partido político. Periodista es el profesional capaz de difundir con el máximo de veracidad aquello que la sociedad tiene derecho a saber y sus autores no desean que se sepa.
Atendiendo a ésta definición propia que siempre ha marcado mi forma de entender y ejercer el periodismo, quiero aportar una serie de consideraciones para dejar constancia de que mientras directores, jefes de sección, redactores jefes, reporteros o simples licenciados en ciencias de la información no se exijan cumplir con el cometido de poner al descubierto datos o hechos intencionadamente ocultos cuando no insuficientemente explicados, seguirán caminando hacia el ostracismo, paso previo a la inutilidad y consiguiente desaparición.
Con ánimo de no parecer el abuelo cebolleta, voy a retrotraerme en el tiempo, no más allá de un par y pico de décadas. Las dificultades que antes de la proliferación de internet conllevaba la obtención de datos, decisiones, acuerdos...,  hacía que el común de la población dependiese para disponer de información de la lectura de un periódico o revista, oír los boletines de las emisoras rediofónicas o, por supuesto, ver el telediario de turno.
Ello suponía que el periodista fuera considerado un profesional imprescindible para hacer efectivo el derecho a la información. Lo de la libertad de expresión es otra cosa que algunos quieren mezclar para justificar su ineptitud u holgazanería y, de paso, tapar la prostitución que practican en este noble oficio.
Proporcionalmente a la creación de webs o blogs de todo tipo por los continuos y vertiginosos avances tecnológicos en comunicación virtual, la importancia del periodista, que no de la labor y la capacitación periodística, ha ido devaluándose.
Recuerdo, a mediados de los 80, grabadora magnetofónica en mano, la sensación de poseer un secreto por haber realizado una entrevista o compartirlo con no más de cinco o seis colegas si se trataba de una rueda de prensa. Esa serie de "secretos" (noticias) que cientos o miles de personas, lectores, oyentes confiaban cada día en que se los desvelaría al detalle.
Entonces, pese a ser sólo unos cuantos los que podíamos disponer de esos testimonios o presenciar cualquier acto de interés público, más empeño, horas, esmero y dedicación ponía en obtener el máximo de información. A políticos, empezando por el gobernador civil de la época, sindicalistas, dirigentes empresariales, representantes vecinales, futbolistas, entrenadores, presidentes de clubes de fútbol y hasta al mismísimo obispo de la Diócesis (monseñor García Aracil podría dar fé de ello) los sometía a exigentes exámenes, preguntas y repreguntas hasta llegar al fondo, que consideraba estaban obligados a responder.
Eso de comparecer, como ahora, sin admitir interrogante alguno era inaudito. Pocas veces tuve que decir ante el micrófono o escribir fulano se niega a dar explicaciones sobre..., y a continuación todas y cada una de las cuestiones que aguardaban la correspondiente contestación. Si el personaje se obcecaba en mantener esa postura, en la siguiente ocasión que nos veíamos las caras, volvía a formularle las cuestiones pendientes y así, hasta que "cantaba la gallina".
Hoy, innegablemente, la realidad es muy, muy, muy distinta, lo que no justifica que una gran mayoría de periodistas hayan dejado de hacer periodismo por voluntad propia. Se ha descafeinado tanto la profesión que son declarados periodistas quienes en los llamados Gabinetes de Comunicación se ocupan de hacer de tapadera de aquello mismo que no se quiere que trascienda o, en el mejor de los casos, que se difunda disfrazado o maquillado según convenga. El más elemental pudor o ética profesional debería establecer que ningún periodista ocupara dichos gabinetes, sino que fueran publicistas o expertos en marketing.
Por si vale de algo, yo tardé casi dos años (demasiados, de lo cual me arrepiento) en decirle al alcalde de Jaén que dejaba el puesto. El primer día, mediados de junio de 1995, en el despacho oficial del regidor municipal le hice entrega de una carta firmada sin fecha que decía: ..."Por la presente le comunico mi renuncia por motivos personales al cargo de Jefe del Gabinete de Comunicación". Tras leerla hizo intención de romperla al tiempo que me aseguraba, -¡no me puedes hacer ésto!, eres mi jefe de prensa.
-Precisamente por eso, pensé y, claro, se lo hice (enero de 1997). Desde el principio era consciente de que ejecutar esa función (muy bien retribuida, por cierto) estaba totalmente en contra de unas normas que yo mismo me impuse desde que con apenas 21 años inicié la gran pasión de mi vida laboral, el periodismo.
Hoy, los miles de profesionales en el paro y, por supuesto también quienes se encuentran empleados, deberían reflexionar sobre qué ha propiciado su paupérrima situación social y laboral. La respuesta no está fuera, por perversos y malvados que puedan ser determinados elementos externos (llámese poder financiero, político, judicial o dueños de grandes grupos de comunicación) que han influido y lo siguen haciendo; la respuesta está en el propio seno del colectivo, en la esencia de su comportamiento y proceder.
En la actualidad, lo que acontece o se dice es tan accesible e inmediato (retransmisiones en directo de ruedas de prensa o comparecencias oficiales, pronunciamientos en redes como Facebook o Twitter...) que se difunde sin  necesidad de intermediarios. A pesar de esa evidencia, cada vez más generalizada e incluso con la particularidad de tener al alcance con apenas un click de una sensacional hemerofonovideoteca (Wikipedia, Google, Youtube..), los periodistas insisten en una práxis tan caduca como inútil.
Sentados en salas de prensa toman apuntes en IPad, fotografían en megapixeles y graban en alta definición; para luego editar un resumen perfecto. Redacciones plagadas de conformistas mirando la hora para marcharse a casa a la espera de un comunicado por e-mail, el corte sonoro o el total videgráfico que valga para dar por completada la jornada.
Contando aquello que pasa a su alrededor, la gente no está sustituyendo a los periodistas, son éstos quienes pretenden tener exclusividad para contar eso mismo y encima cobrar, cuando su trabajo consiste en averiguar y contar todo  lo mucho e importante que los ciudadanos no conocen y que también pasa.

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